Uno de los privilegios que el
Señor da a sus hijos, es la oportunidad de participar en lo que Él está
haciendo. Dios, que no necesita ayuda, y que tiene el poder de hacerlo todo,
quiere llamarnos a trabajar con Él para llevar a cabo sus propósitos en la
tierra. Porque sabe que necesitamos una meta más elevada en la vida que crear
nuestros propios imperios, el Señor nos ofrece la oportunidad de participar en
la construcción de su reino.
La fuerza del hombre nunca
podrá sustituir al poder divino.
Puesto que muchas personas creen que "la obra
de Dios" es una actividad que hacen sólo los pastores, los misioneros, o
las iglesias, tengo que aclarar lo que este término significa realmente. El
diablo ha tratado de engañarnos haciéndonos pensar que podemos separar nuestra
vida en dos áreas distintas: la religiosa y la secular.
Según Efesios 2.10, todos los creyentes somos "hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas". No hay división
entre área secular y área religiosa en la vida de los cristianos. Todo lo
debemos hacer "como para el Señor y no
para los hombres" (Col 3.23). Al hacer con fidelidad nuestro trabajo,
ocuparnos de nuestros hogares y familias, o satisfacer necesidades en la
iglesia o en la comunidad, estamos sirviendo a Cristo y participando en su
actividad.
Como "colaboradores de
Dios" (1 Co 3.9), necesitamos saber cómo podemos ayudar a lograr
sus objetivos a su manera. Un magnífico principio se encuentra en Zacarías 4:6,7. Después de 70 años de cautiverio en Babilonia,
los israelitas habían sido autorizados a regresar a Jerusalén para reconstruir
su templo. Bajo el mando de Zorobabel, habían echado sus bases, pero por el
hostigamiento y las dificultades el templo había quedado inconcluso durante 15
años.
El Señor envió un mensaje al profeta Zacarías,
animando a Zorobabel a perseverar, y prometiéndole que el templo sería
terminado. Aunque el trabajo que Dios ordena varía con cada persona y
generación, el principio que dio a Zacarías hace miles de años sigue siendo
aplicable hoy: No con ejército, ni con
fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos" (Zac 4.6). En este versículo encontramos dos métodos contrastantes para
el servicio. Enfrentar un trabajo con "ejército y con fuerza"
significa depender de nuestros propios recursos y capacidades, trabajando de
manera independiente, y confiando en el conocimiento y el brazo humano. En
cierto momento de mi vida descubrí lo inútil que era este método. Me eché encima
toda la carga del ministerio, hasta llegar al punto de necesitar tres meses de
descanso para recuperarme. No es así como Dios quería que hiciera su trabajo.
No hemos sido llamados por el Señor a responder a
todas las necesidades, ni para servir en cada momento. Dios no da a una persona
más de lo que ésta puede hacer. ¿Hay en su agenda más actividades de las que
puede manejar? Si es así, entonces es probable que tenga tareas que Dios no ha
dispuesto para usted. Si usted trata de hacer muchas cosas al mismo tiempo, las
tareas que el Señor escogió para usted no las hará bien, y Él no será
glorificado.
El Señor no bendecirá nuestro trabajo si no lo
tenemos en cuenta a Él. En realidad, el Señor podrá detener su mano, enredar
las circunstancias, frenar los recursos y frustrar nuestros esfuerzos. La
autoconfianza produce estrés, desánimo y frustración. Por ser soberano, Dios
siempre realiza sus planes con o sin nosotros. Pero, cuando hacemos las cosas a
nuestra manera, perdemos su bendición. Un peligro de trabajar confiando en
nuestras propias fuerzas, es la devoción a la tarea antes que a Dios.
En vez de pensar en nosotros como sus siervos,
podemos creer que el ministerio es nuestro, y hacer que nuestra identidad
dependa del mismo. En el empeño de subir nuestra autoestima y tener un
propósito en la vida, corremos el riesgo de convertir nuestro trabajo en un
ídolo. La identidad de un creyente está en su relación con Cristo, no en lo que
logra para su reino.
Zacarías 4.6 nos dice que la otra
opción para llevar a cabo los propósitos de Dios, es "con [Su]
Espíritu". Cualquier cosa que el Señor nos llame a hacer, debemos
hacerla con total confianza en el Espíritu Santo, quien mora en nosotros.
Porque el Señor sabía que sus discípulos necesitarían ayuda les mandó que
esperaran en Jerusalén hasta que fueran "investidos de poder desde lo
alto" (Lc 24.49). ¡Qué insensatez es
afanarse torpemente cuando la gracia de Dios está a nuestra disposición! Pero,
¿cómo podemos saber si estamos confiando en el Espíritu? En primer lugar,
permítame decirle lo que esto no significa. Depender del Señor no es cuestión
de orar pidiendo su bendición en lo que decidimos hacer, renunciar a nuestra
responsabilidad de mantener la confianza en Él, o acudir al Señor como el
último recurso después de agotar todas nuestras opciones.
La confianza verdadera en el Señor es la convicción
profunda de que no podemos hacer las cosas sin Él. En otras palabras, si Dios
no actúa en nosotros, no lograremos nada. Uno de las oraciones más gratas que
Dios escucha de sus hijos, es ésta: "¡Señor, no sé cómo hacerlo!",
porque sabe que estamos a punto de depender por completo de Él.
Esta oración puede llegar fácilmente a nuestros
labios cuando la tarea es enorme, ¿pero qué de las cosas pequeñas que parecen
estar dentro de nuestras posibilidades? Uno de los estorbos más sorprendentes
para la dependencia en el Señor, es nuestro éxito. Los logros del pasado pueden
hacer que nos volvamos demasiado confiados en nosotros mismos, y que pensemos
que podemos manejar las cosas. Es la misma filosofía que promueve el sistema de
este mundo, que dice: "Puedes hacerlo sin Dios". Debemos evitar
considerar nuestra necesidad del poder del Espíritu Santo en función del tamaño
de la tarea.
En realidad, ni siquiera podemos tener nuestra próxima
respiración sin su intervención. Si en realidad entendiéramos nuestra
condición, clamaríamos a Dios cada mañana, pidiendo su fortaleza para afrontar
el día, no importa lo que éste traiga. Aprendamos a depender de Él, ya sea
pequeña o grande la tarea que tenemos que hacer. Una vez que lleguemos al final
de nuestra autosuficiencia, Dios nos dará el poder para hacer las tareas que ha
dispuesto para nosotros. Pero, para discernir cómo cumplir nuestro llamamiento,
debemos buscar su dirección cada día sometiéndonos a Él, llenando nuestra mente
con la verdad de la Escritura, y manteniendo una conversación permanente con el
Señor. Luego, por fe, al sentir que Él está trabajando en y alrededor de
nosotros, podremos ver señales de su mano en nuestras vidas y circunstancias.
Dios será glorificado, no sólo en la obra, sino
también en aquellos que confían en Él para hacerla. Cuando veamos la evidencia
de su fidelidad, fluirán de nuestros corazones alabanza y gratitud, por lo que
la preocupación y el estrés serán reemplazados con paz y alegría. Es de
esperarse oposición en todo lo que el Señor quiere que hagamos. Zorobabel
enfrentó una enorme resistencia en sus esfuerzos por construir el templo, pero
el Señor prometió eliminar todos los obstáculos y lograr la culminación (Zac 4.7). Mientras vivamos en esta tierra seguirán las dificultades,
pero tenga presente que ningún obstáculo es demasiado grande para el Señor.
Podemos considerar pesadas nuestras responsabilidades, y penosas las demandas
del ministerio, pero ellas nunca debilitan el poder de Dios.
Algunos de los conflictos que enfrentamos son
invisibles. Puesto que se libra una guerra entre el reino de Dios y el reino de
Satanás, siempre surge oposición cuando buscamos trabajar con el Señor. Los
creyentes necesitamos a toda costa revestirnos cada mañana con la armadura de
Dios, para que podamos "estar firmes contra las
asechanzas del diablo". Sólo así podremos "[estar fortalecidos] en el
Señor, y en el poder de su fuerza" (Ef 6.10, 11).
Los obstáculos a la obra de Dios vienen en una
variedad de formas. Las circunstancias retan nuestra fortaleza, la gente prueba
nuestra paciencia, y los temores amenazan con turbarnos. Los fracasos del
pasado nos tientan a renunciar, y la incredulidad nos hace dudar de que el
Señor pueda ayudar. Al centrarnos en la imposibilidad de una tarea, olvidamos
que nada hay imposible para Dios (Lc 1.37). Al enfrentar nuestros
temores y perseverar con obediencia, aprendemos que Él es fiel.
Los estorbos en nuestro servicio al Señor no son
para detenernos, sino que nos ofrecen la oportunidad de ver la manifestación
del poder divino. Si nunca enfrentamos oposición, jamás llegaremos a conocer la
grandeza de nuestro Dios. Muchas veces queremos conocer al Señor sólo por medio
de la comodidad de nuestra experiencia de salvación, no de las luchas y los
obstáculos del servicio abnegado. Pero el apóstol Pablo llegó a conocer a
Cristo más profundamente por medio de debilidades, naufragios, azotes y
peligros (2 Co 11.24-30). Enfrentó oposición
constante y sufrimientos intensos, pero consideraba que todo esto era una "leve
tribulación momentánea" que estaba produciendo "un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria" (2 Co 4.17).
El sufrimiento no es señal de que nos hemos
extraviado y fallado en hacer la tarea de Dios. Cuando los caminos del Señor
conducen a un tiempo de adversidad, el Espíritu Santo puede darnos poder con
una actitud de esperanza para ver lo que Dios hará. El saber que el Señor está
actuando para nuestro bien, nos permite soportar las dificultades con gozo y
paciencia. Si perseveramos con fe y esperanza cuando surja la dificultad,
daremos un testimonio maravilloso al mundo perdido. El deseo de mi corazón es
hacer la obra del Señor a su manera.
Los logros grandes, rápidos y llamativos pueden
impresionar a la gente, pero Dios apunta a un éxito más grande y más
permanente. La capacidad humana y la creatividad pueden ser muy notables, pero
si el Señor no es quien está invistiendo de poder, nuestros esfuerzos serán
como un meteoro que arde con fulgor por un rato y luego desaparece en la
oscuridad; no darán gloria a Dios, ni lograrán lo que Él quería. En cambio, la
obra que el Señor hace por medio de nosotros sigue brillando como una estrella.
Aunque el éxito de la misma puede no ser evidente
desde nuestra limitada perspectiva humana, el resultado será una recompensa
eterna en el cielo (1 Co 3.9-15). El objetivo de nuestro
trabajo no debe ser causar sensación, sino terminar bien después de haber hecho
todo lo que Dios nos ha confiado, para darle a Él toda la gloria y la alabanza.
Quiero que leamos la enseñanza
y que empecemos reflexionando si estamos llamados a servir a Dios como líderes
cristianos en estos últimos tiempos. Si es un sí, entonces trabajemos en
nuestro interior para permitirle al Señor que forme en nosotros el carácter de
Cristo, que nos llene de su Espíritu Santo, que nos llene de su perfecto amor y
que nos dé un corazón sensible a su voz y enseñable a su Palabra, un corazón
conforme al suyo.
Había una vez un grupo de ranas que corrían hacia
la cima de una enorme montaña con muchísimos obstáculos y peligros en el
camino. La montaña era tan alta y los impedimentos tan numerosos que muchas de
las ranitas comenzaron a desanimarse en el camino y dejaron de correr, y
gritaban a las otras: ¡NO
PODRAN LLEGAR A LA CIMA!, ¡ES IMPOSIBLE QUE LLEGUEN!, ¡NUNCA LO LOGRARAN! y
MUCHISIMAS RAZONES PESIMISTAS, logrando que se desanimaran prácticamente todas las
ranas quedando solo una al final que siguió corriendo sin escuchar a las otras.
Al final la rana que permaneció corriendo llegó a su objetivo. Tiempo después
las otras ranas le preguntaron como hizo para lograr llegar a la cima. Ella no
respondía nada, y se acercó su padre y dijo: “no les escucha, es sorda”.
No escuches a las personas que intentan
desanimarte, sigue tu camino, confía en Dios, y cree en las habilidades que él
ha puesto en ti, y no te desanimes, perseverando cumpliremos el plan de Dios
para nuestra vida...
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes
ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que
quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos. Mateo
20:24-25.
Líder no es mandar, es saber servir y dirigir a los
demás con propósito y amor. Muchas personas tienen poder, pero pocos tienen
poder para llegar a las personas; esos son los verdaderos líderes. La facultad
de dirigir es una de las más preciosas y más necesarias de las capacidades
humanas: es un arte que es necesario aprender. No es tarea fácil dirigir a
hombres; empujarlos, en cambio, es muy sencillo. El liderazgo cristiano es el
ejercicio de los dones espirituales bajo el llamado de Dios para servir a
cierto grupo de personas a fin de alcanzar los objetivos que Dios les ha dado a
ellos a fin de glorificar a Cristo cumpliendo la gran comisión en sus vidas y
ministerios.
El liderazgo cristiano proviene de la influencia y
la identificación que se tiene con Cristo. Él es la fuente, la
motivación que nos impele a imitarlo en lo que él hacía. El liderazgo eficaz es
seguir a un líder en función de la misión a cumplir. Un líder también es el que
se acerca a las normas que más se identifican con el grupo en función de
cumplir los planes y propósitos de Dios para la iglesia, las almas y la
humanidad.
El liderazgo cristiano consiste en la habilidad de
ganar consenso y compromiso para los objetivos comunes, los que se
alcanzan mediante contribución y la satisfacción de toda la iglesia, más allá
de los requisitos de la organización. La Biblia nos muestra líderes en
potencia en el Antiguo y Nuevo Testamento, en donde la palabra Líder no aparece
y en cambio si las funciones de aquellos que tienen autoridad en el pueblo de
Dios, como Reyes, Jueces, Profetas, Sacerdotes, Pastores, Maestros Etc.
Los requisitos de Dios para estos hombres en la
Biblia siempre fueron en contra de las aspiraciones personales. Todos sin
excepción, debían buscar las aspiraciones de Dios obedeciéndolas en primer
lugar y mostrando la autoridad delegada, representativa y humilde como
condición primordial. Lamentablemente en la historia de la Biblia muchos
ejemplos nos dan cuenta que esto no fue así de muchos que ocuparon
cargos de liderazgo. Parece que fuera enmarcado en la historia bíblica,
pero hoy en día muchos líderes actúan como aquellos que dieron muy mal
testimonio.
¿No debería ser el cargo que busque al hombre, en
vez de ser el hombre quien busque el cargo? ¿No es peligroso dar un cargo
a un hombre ambicioso? Por esta ambición muchos líderes, cualquiera que
sea el puesto que ocupen, entran en pecado. La ambición personal respaldada por
el “Poder” que ostentan, son una mezcla muy peligrosa que hace que el
líder ocupe un puesto de liderazgo sin llegar a tener la actitud correcta hacia
los demás.
No tomando en cuenta las palabras de Jeremías 45:5. ¿Y tú buscas para ti
grandezas? No las busques; porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne,
ha dicho Jehová; pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares a
donde fueres. Jeremías 23:1-2. !Ay de los pastores que
destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. Por tanto, así ha
dicho Jehová Dios de Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros
dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí
que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová. Palabras firmes que dan cuenta de la importancia
que tiene el comportamiento de aquellos que son líderes del rebaño de Dios. El
fracaso y el éxito están a la puerta. Depende el liderazgo que tengas
para obtener cualquiera de los dos.
El liderazgo convoca. Jesús permanentemente
convocaba para ser seguido. A Pedro y a su hermano Andrés les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré
pescadores de hombres”. Mateo 4:19. A una persona que quería enterrar a su padre, le
dijo: “Sígueme, deja
que los muertos entierren a sus muertos”. Mateo 8:22. A Mateo le dijo: “Sígueme”. Mateo 9:9. A un joven religioso le dijo: “Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo;
y ven y sígueme”. Mateo 19:21. A Felipe le dijo: “Sígueme” Juan 1:43. Hoy los líderes deben estar haciendo lo mismo:
Llamar a personas a seguirlos para cumplir los planes y propósitos. Un
líder es una persona carismática que tiene la habilidad de inspirar a la gente
para que lo siga.
El liderazgo cristiano es un asunto de servicio, pero reconoce que el servicio es un asunto
del corazón y si no se transforma el corazón no se puede
aspirar al servicio. El liderazgo es una oportunidad de servir; no
de lucirse, ni de estar por encima de los demás. Jesús dijo en Mateo 20:26-28. Más entre vosotros no será
así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo;
como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su
vida en rescate por muchos.
La función de un líder es servir a los demás
haciendo elevar las aspiraciones de las personas y liberar sus energías para
que traten de realizarlas. Pienso en el uso de la palabra ‘liderazgo’, a
la cual nuestro Señor, sin duda, se refirió cuando dijo: El que quiera ser el
mayor entre vosotros, será el servidor de todos. Liderazgo en el sentido de
rendir el máximo servicio, de la más grande abnegación de fatigarse, y
absorberse en el trabajo más grande del mundo: el de edificar el reino de
nuestro Señor Jesucristo.
El liderazgo es importante porque Dios hace todo
por medio de líderes a los cuales Él encarga la tarea que han
de realizar. Nada se hizo en la vida, sin alguien que tomó la autoridad
delegada por Dios y llevó a un grupo a realizar lo que se propuso. El liderazgo
es importante por varias razones: Es una responsabilidad delegada
para guiar a un grupo con un objetivo prefijado. Es una oportunidad dada
a quien está llamado a liderar. Es el instrumento que Dios usará para
llegar a cumplir su voluntad. Es la oportunidad del cristiano para
comprobar su grado de crecimiento. Es quien tomará el desafío de llevar
adelante el guiar a otros en representación de Dios.
Hoy más que nunca las palabras y los modelos de Jesús
están tomando vigencia, no solo para la vida personal sino también para el
avance da familias y naciones. Las naciones están reclamando una nueva clase de
líderes que hagan verdadera diferencia ENTENDAMOS LO QUE ES LIDERAZGO.
El liderazgo cristiano es influencia. Muchos confunden liderazgo con posición, con
título o con poder Los sociólogos afirman que aún la persona más tímida
influirá a lo largo de su vida en al menos 10.000 personas. El liderazgo
cristiano es una fuerza de transformación. Hoy se está entendiendo como no
había pasado en mucho tiempo, el llamado de Dios a su gente para provocar
transformación en su nombre Hablamos de una transformación que se da a partir
de la transformación hecha por Dios en individuos, pero que se proyecta a
comunidades enteras y a naciones.
Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos
se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad
fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. No os proveáis de oro, ni
plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos
túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento.
Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea
digno, y posad allí hasta que salgáis. Y al entrar en la casa, saludadla. Y si
la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna,
vuestra paz se volverá a vosotros. Y si alguno no os recibiere, ni oyere
vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros
pies. Mateo
10:7-14.
Un líder es persistente y perseverante, lo que les
permite ir más lejos que otros porque su fuerza radica en el Espíritu Santo, en
Jesucristo y la Palabra de Dios y no en su propia fuerza. Debemos ser líderes como Jesús, imitarlo,
seguirlo. Debemos hacer las cosas que expresen amor como principio de
liderazgo, porque requieren sabiduría, paciencia, valor, sacrificio, y trabajo
arduo. El mejor modelo a seguir de liderazgo de todos los tiempos es nuestro
Salvador.
El liderazgo de servicio honra a Dios y sus
mandamientos, y pone en acción el amor de Jesús.
Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el
mandamiento más grande, respondió: “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y
grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”. Mateo
21:37-39. ¿lo
que usted dice que cree hace diferencia notable en su forma de vivir? Liderazgo
de servicio es una expresión concreta del compromiso diario de vivir La Palabra
de Dios y la voluntad de Dios y, por lo tanto, avanzar en el reino de Dios.
El liderazgo de servicio pone en acción el amor de
Jesús. Al considerar lo que significa guiar como Jesús,
hemos tratado de echar luz sobre algunos de los secretos del liderazgo de
servicio a través de observar a Aquel que vivió una vida perfecta: Cristo
Jesús.
En su preparación y en la efectividad y compromiso
de su liderazgo hemos buscado sabiduría y perspectiva. Hemos sacado lecciones
clave sobre cómo balancear resultados y personas en el cumplimiento de nuestras
misiones individuales como discípulos modernos de Jesús. La verdad que domina
el concepto de guiar como Jesús, es que solo podrá hacerse en la medida en que
se camine más y más cerca de Él en una relación rendida de confianza y amor.
Es en y a través de esta puerta estrecha que todo
el que quiera guiar como Jesús debe pasar, creyendo en su amor perdurable y
aceptando el llamado para seguirlo.
Como hemos dicho, guiar como Jesús es, en esencia,
aprender a amar como Jesús. Cuando Jesús restauró a Pedro al papel de liderazgo
que habría de desempeñar entre sus seguidores, solo tuvo para él una pregunta
calificadora: "¿En
verdad me amas?" El tema de la instrucción de Jesús era: "Apacienta mis
corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas". Juan 21:15-17.
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